En la era digital, las aplicaciones de mensajería como WhatsApp se han convertido en una extensión de la vida social de millones de adolescentes y jóvenes. Sin embargo, detrás de los grupos aparentemente inofensivos que se forman para compartir memes, tareas escolares o coordinar salidas, se esconde un universo paralelo donde circulan discursos peligrosos, se promueven conductas autodestructivas y se normaliza la violencia. Este lado oculto de los grupos de WhatsApp representa una amenaza silenciosa que muchos padres desconocen.
Grupos que fomentan adicciones
Uno de los peligros más alarmantes son los grupos que promueven el consumo de drogas. Según un informe del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos de Argentina (2023), al menos un 28% de los adolescentes entre 14 y 18 años ha sido parte de un grupo digital donde se comparten imágenes, tutoriales o datos sobre cómo adquirir y consumir sustancias psicoactivas. Estos espacios muchas veces funcionan como redes de microtráfico encubierto y utilizan códigos que los adultos desconocen, como emojis específicos (hojas, hongos, gotas) para hablar de marihuana, LSD o éxtasis.
El caldo de cultivo de la misoginia
Otro fenómeno preocupante es la proliferación de grupos donde se difunden mensajes de odio hacia las mujeres, conocidos como “manospheres”. Allí, adolescentes varones —algunos desde los 13 años— son introducidos en discursos machistas, teorías de dominación masculina y desprecio hacia el feminismo. Un estudio de la Universidad de Salamanca (2022) alertó sobre el crecimiento de comunidades digitales con tintes misóginos entre jóvenes iberoamericanos, señalando que estos espacios son semilleros de futuras violencias sexuales y simbólicas. Últimamente nos hemos enterado a través de la serie “Adolescencia” de la existencia de los “Incels” que van en la misma línea.
La naturalización de frases como “las mujeres solo buscan dinero” o “todas son iguales” dentro de estos grupos fomenta la deshumanización del otro y refuerza estereotipos peligrosos que pueden escalar hacia conductas delictivas.
Trastornos alimenticios con emoticones
También existen grupos específicamente orientados a adolescentes con trastornos de la conducta alimentaria, como la anorexia o la bulimia, que lejos de fomentar la recuperación, actúan como verdaderas “sectas digitales”. En ellos, se intercambian “tips” para engañar a los padres, ayunos extremos, laxantes recomendados, e incluso se celebran “retos” donde gana quien más baje de peso en una semana.
Según datos de la Asociación de Lucha contra los Trastornos Alimentarios (ALUBA), durante 2023 se detectaron al menos 47 grupos de WhatsApp con fines pro-ana y pro-mía en Argentina, muchos de ellos con más de 200 miembros, algunos de tan solo 12 años. Los nombres suelen ser disfrazados, como “Mariposas Livianas” o “Skinny Goals”.
Racismo y discursos de odio en versión adolescente
El odio racial también encuentra refugio en estos grupos cerrados. Frases discriminatorias, memes que refuerzan estigmas étnicos o burlas hacia la comunidad LGBTQ+ son moneda corriente. Estos espacios se retroalimentan y generan lo que los especialistas llaman “cámaras de eco”, donde solo se escucha y valida un único punto de vista, amplificando así los prejuicios y deshumanizando al diferente.
Un estudio de UNICEF y la organización Derechos Digitales (2022) reveló que el 34% de los adolescentes que fueron testigos de discursos de odio en grupos digitales no supieron cómo reaccionar o lo consideraron “una broma sin importancia”. Esta banalización del odio es, quizás, uno de los mayores peligros: la pérdida de empatía y sensibilidad ante el sufrimiento ajeno.
Bullying digital: acoso 24/7
A diferencia del acoso escolar tradicional, el bullying en grupos de WhatsApp no termina al sonar el timbre. La víctima puede ser objeto de burlas, humillaciones o escraches las 24 horas del día. En muchos casos, se crean grupos enteros con el único objetivo de insultar o ridiculizar a un compañero.
Un informe de Save the Children (2022) reveló que uno de cada tres adolescentes en América Latina fue víctima de ciberacoso, siendo WhatsApp una de las plataformas más utilizadas para este tipo de agresiones. Frases como “nadie te banca”, “nadie te va a invitar”, o el uso de stickers ofensivos personalizados con fotos de la víctima, se vuelven rutinas crueles que deterioran la autoestima y salud mental de los chicos.
Autolesiones y la trampa del “desahogo” compartido
Otro fenómeno silencioso pero muy presente son los grupos que normalizan o incluso incentivan la autolesión como forma de “descarga emocional”. Bajo la excusa de “compartir lo que nos pasa” o “no sentirnos solos”, algunos adolescentes difunden imágenes de cortes, heridas o quemaduras propias, alentando a otros a hacer lo mismo. La validación que obtienen dentro del grupo reemplaza la búsqueda de ayuda real.
Según la Fundación INECO, entre 2020 y 2023 se duplicaron los casos de adolescentes que consultaron por autolesiones no suicidas en Argentina, y en más del 60% de los casos, los profesionales detectaron la participación activa en grupos digitales donde estas conductas eran compartidas o aplaudidas.
Incitación al suicidio: cuando la oscuridad se contagia
En los casos más extremos, estos grupos pueden incluso incitar al suicidio. Se han detectado casos donde adolescentes comparten ideas de “salir del sufrimiento” o realizan pactos suicidas. Las autoridades europeas advirtieron en 2021 sobre la aparición de “juegos virales” que circularon por WhatsApp, como la infame Ballena Azul, que guiaba a los chicos a través de 50 desafíos que terminaban con una instrucción final: quitarse la vida.
Aunque los casos más mediáticos fueron neutralizados, estos contenidos resurgen con otras formas y nombres, siempre disfrazados de desafíos o confidencias entre “amigos”. La Organización Mundial de la Salud advierte que el suicidio es ya la cuarta causa de muerte en adolescentes de entre 15 y 19 años en el mundo, y que el entorno digital cumple un rol creciente en su influencia.
¿Qué pueden hacer los padres?
En este escenario, el rol de los adultos es clave. No se trata de invadir la privacidad ni de demonizar la tecnología, sino de abrir espacios de diálogo genuino con los hijos. Preguntar sin juzgar, estar atentos a cambios de humor, hábitos alimentarios o patrones de sueño, puede ser la puerta de entrada a conversaciones necesarias. También es fundamental actualizarse en los códigos del mundo digital: conocer los emojis, términos o plataformas que usan los chicos, y, cuando sea necesario, pedir ayuda profesional.
El verdadero antídoto ante estos grupos no es el control absoluto, sino el vínculo. Cuando un adolescente siente que puede hablar con sus padres sin miedo a ser sermoneado o castigado, tiene más herramientas para decir “no” a un grupo que le hace daño.
Habría una interesante pregunta para hacernos también ¿dónde estamos los padres y madres cuando pasan estas cosas?, ¿dónde está nuestras prioridades? Nada de todo los descripto sucede de la noche a la mañana, siempre hay huellas y muchos avisos previos que no sabemos o no queremos ver.
El lado oculto de los grupos de WhatsApp no es una ficción alarmista. Es una realidad que está ocurriendo ahora mismo en los bolsillos de nuestros hijos. Solo si nos animamos a mirar de frente y sin miedo, podremos protegerlos de sus peores sombras.
IG adriandallastaok
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