Vivimos tiempos en los que ser padre o madre comprometido no solo es un desafío, es un acto contracultural. Frente a un mundo que nos arrastra hacia la prisa, la virtualidad, la sobreinformación y la desvinculación afectiva, elegir estar presente —con cuerpo, mente y alma— en la vida de nuestros hijos es una forma profunda y valiente de rebelión.
Hoy no hay tiempo para jugar. La agenda familiar moderna, saturada de compromisos laborales, pantallas encendidas y estímulos inmediatos, ha dejado en segundo plano ese lenguaje universal que es el juego. Pero los niños siguen esperando que alguien se agache a su altura, les mire a los ojos y les diga: “¿jugamos?”. Volver al juego real, al barro, al cartón, a las hojas secas y las ramas, es volver al origen de lo humano. Según el informe “The Power of Play” publicado por la American Academy of Pediatrics, el juego libre y no estructurado favorece el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños, y es esencial incluso para su salud física.
También urge volver a leer. A leer en voz alta, al pie de la cama, con una luz cálida, con un libro de papel en las manos. La lectura compartida no solo mejora el lenguaje, crea intimidad y nutre el vínculo; es una siembra de humanidad. Un estudio longitudinal de la Universidad de Newcastle (Reino Unido), publicado en Journal of Pediatrics, reveló que los niños a los que se les leía regularmente desde pequeños presentaban un desarrollo del lenguaje significativamente más avanzado y mejores habilidades socioemocionales al llegar a la escuela. La vuelta al papel, además, es vital. Expertos como Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad de California en Los Ángeles, alertan sobre cómo la lectura digital puede afectar la profundidad de comprensión: “El cerebro lector está cambiando. Perdemos empatía, pensamiento crítico y memoria si leemos solo en pantallas”, afirma en su libro Lector, vuelve a casa.
En una época donde muchos padres prefieren delegar en las pantallas o en el sistema educativo, necesitamos menos descripción de lo que pasa y más compromiso en el cambio. Nuestros hijos no necesitan más adultos que les narren lo mal que está el mundo: necesitan modelos que les muestren cómo transformarlo. La práctica deportiva en familia, por ejemplo, no es solo una cuestión de salud, es un espacio de transmisión de valores: constancia, esfuerzo, superación, trabajo en equipo. Una tarde corriendo juntos o practicando un deporte puede tener más valor formativo que una semana entera de discursos.
Porque los adultos somos el modelo. Siempre. El neurólogo chileno Humberto Maturana solía decir: “No se educa para que los niños nos obedezcan, sino para que se conviertan en personas responsables, éticas y autónomas”. Y para eso, necesitan vernos siendo responsables, éticos y comprometidos en nuestra propia vida.
Educar es un verbo incómodo. Requiere presencia, renuncia, paciencia, coherencia. Y hoy, más que nunca, requiere formación. Nadie nos preparó para criar en una era de sobreexposición digital, de inmediatez, de soledad maquillada en redes sociales. ¿Cómo acompañar a nuestros hijos en este escenario? ¿Cómo enseñarles a elegir lo bueno y verdadero en medio del ruido? Necesitamos padres y madres que estudien, que se formen, que pidan ayuda, que se revisen. Porque, si de verdad son lo más importante de nuestras vidas, merecen mucho más que supervivencia.
No alcanza con darles lo mejor. Hay que ser lo mejor que podamos, cada día, para ellos.
¿Qué puedo hacer hoy? 5 acciones inmediatas:
1. Reservá 20 minutos dos veces por semana de juego real con tus hijos (sin pantallas ni interrupciones)
Poné una alarma si es necesario, pero hacelo sagrado. Jugar con ellos con cosas simples (una caja, una pelota, hojas del jardín) los conecta más que cualquier juguete costoso. El juego es vínculo, no entretenimiento.
2. Leé un cuento en papel antes de dormir, todos los días
Aunque tengan 10 años. Aunque ya lean solos. La lectura compartida fortalece el lazo afectivo, mejora el lenguaje y genera memoria emocional. No hace falta mucho tiempo, sí constancia.
3. Salí a caminar o hacé una actividad física con tu hijo o hija al menos una vez por semana
Andar en bici, salir a correr, caminar por la plaza. No se trata de competir ni de entrenar: se trata de compartir movimiento, oxígeno, tiempo real y charla espontánea.
4. Apagá el celular durante al menos una hora por día cuando estás con tus hijos
Ponelo en modo avión. Esa hora puede ser mientras meriendan, hacen la tarea o simplemente están juntos. La atención plena es un mensaje poderoso: “estás por encima de todo lo demás”.
5. Elegí una frase que quieras modelar esta semana y practicá vivirla
Por ejemplo: “la paciencia se entrena”, “decimos la verdad aunque cueste”, “pedimos perdón cuando lastimamos”. Nuestros hijos aprenden por lo que ven, no por lo que decimos. Elegí ser ejemplo, aunque te equivoques.
Un llamado necesario
La mayor revolución que podemos liderar hoy es la de la presencia. Apagar el celular, mirar a los ojos, salir al parque, leer un cuento, poner límites con amor, jugar en el piso, hacer preguntas, escuchar sin apuro, poner el cuerpo y el alma en la crianza. Porque el mundo puede seguir girando sin nosotros, pero la infancia de nuestros hijos no espera.
Hoy, más que nunca, se necesitan padres. Padres y madres rebeldes, comprometidos, reales. No perfectos, pero sí presentes. Porque cuando decidimos educar con amor, con entrega, con consciencia… estamos escribiendo el futuro.
Y eso, sin dudas, es el acto de rebeldía más poderoso de todos.
IG adriandallastaok






