El 31 de diciembre de 2025 será recordado como la muerte de la nostalgia. El futuro está escrito. Toda una generación que descubrió a sus artistas favoritos mediante un videoclip y que creció con Beavis And Butt-head, Downtown y muchos otros shows, sentirá una punzada de melancolía ante el apagón de cinco señales emblemáticas: MTV Music, MTV 80s, MTV 90s, Club MTV y MTV Live.

Este kanji del sayonara no es solo la pérdida de canales, sino el colapso de una escuela de pensamiento que forjó la subjetividad de una masa social. Tal como lo resume Belén, melómana de pura cepa y consumidora del canal en los años 90: “Viviendo mis primeras aproximaciones a la música desde innumerables estéticas; no se trataba únicamente de los videos, la programación acompañaba a crear una subjetividad: adquirir referencias musicales y de la cultura pop desde el humor de Beavis and Butt-head y desde una animación como Daria; desde temprana edad se comprende que hay quienes piensan también en un mundo enfermo y triste, y lo hacen serie animada, y hasta te hace reír.”

El motivo de este adiós es puramente económico: Paramount Global, en su búsqueda por fusionarse con Skydance, quiere reducir un gasto de 500 millones de dólares para estas cadenas de programación musical que ya no son rentables. La digitalización de la música y la
vorágine del Streaming han marcado su sentencia. Finalmente, la transmisión seguirá vigente, pero centrada únicamente en reality shows, un formato que ya venía profundizando su presencia desde los 90.

El epílogo de este cese, sin embargo, revela la última y más cínica victoria del comercio: la programación musical, concebida en su origen como vehículo de vanguardia estética y forjadora de identidades, es sustituida definitivamente por el voyeurismo domesticado de los
reality shows. Este cambio no es casual; es la rendición final de la cultura de la escasez, dedicada a elevar el arte, ante la cultura de la sobreabundancia banal, dedicada a monetizar el drama prefabricado.
A pesar de esta caída en picada, el legado es contracultural: la música se descubría, se anhelaba, se le prestaba atención y, lo más importante, encontrarla era mágico.
“En mi infancia y temprana adolescencia, antes que (casi) cualquiera pudiera tener Internet en su casa, el sentido del arte era su escasez, no como hoy, su sobreabundancia.”






