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Autocastigo entre adolescentes: el grito silencioso de una generación que necesita ayuda

La práctica del autocastigo, especialmente entre adolescentes, es una problemática en aumento que refleja una crisis de salud mental y emocional que muchos jóvenes enfrentan en silencio. En escuelas, redes sociales, e incluso en sus hogares, los chicos y chicas recurren a cortes en su piel o a otros métodos de autolesión como una forma de enfrentar la presión, la ansiedad y la falta de contención emocional.

Las estadísticas muestran un aumento significativo en casos de autolesión en los últimos años, sobre todo en contextos urbanos, donde las exigencias académicas, la hiperconectividad y el aislamiento emocional ejercen una presión constante.

Los especialistas coinciden en que los adolescentes recurren a estas prácticas para canalizar emociones que sienten que no pueden expresar de otra manera. El corte se convierte en un escape a su sufrimiento, una forma de transformar el dolor emocional en físico, algo tangible que pueden comprender y “controlar”.

Esta práctica, sin embargo, también es una señal de alerta: es el grito silencioso de una generación que pide ayuda y apoyo de su entorno. Psicólogos y pedagogos indican que los adolescentes necesitan desesperadamente una red de apoyo emocional en casa y en la escuela para aprender a procesar sus emociones de manera saludable.

La presión académica, la comparación constante en redes sociales y las dinámicas familiares complejas son factores que contribuyen a este fenómeno. Las redes sociales, en particular, han intensificado el problema al ofrecer tanto una vía para el desahogo como un espacio de juicio y comparación. Los jóvenes suelen encontrar en internet ejemplos de autocastigo como una forma de “descarga”, sin encontrar en el entorno digital la contención adecuada para manejar la ansiedad, el estrés o el rechazo que experimentan.

Sin embargo, en muchos casos, el hogar y la escuela no están preparados para ofrecer el apoyo necesario. La falta de comunicación y la poca disponibilidad emocional de algunos padres, muchas veces derivada de sus propias preocupaciones o del uso excesivo de dispositivos, contribuyen a que los adolescentes no tengan un espacio seguro donde expresar sus emociones. Por otro lado, la respuesta institucional en las escuelas suele estar centrada en el rendimiento académico, dejando de lado las necesidades emocionales de los estudiantes.

El trabajo preventivo y la comunicación permanente son aliados claves a la hora de estar atentos a estas reacciones que muchas veces nos sorprenden en la rutina cotidiana. Crear un entorno de confianza y contención en los espacios donde los jóvenes pasan la mayor parte de su tiempo, como la escuela y el hogar, es esencial para ayudarles a desarrollar herramientas emocionales.

Talleres de inteligencia emocional, programas de mentoría y el fortalecimiento del vínculo familiar pueden marcar una diferencia significativa. Según los expertos, el primer paso para reducir el autocastigo es validar el dolor emocional de los adolescentes, dejándoles saber que no están solos y que existen alternativas saludables para enfrentar sus problemas.

La sociedad en su conjunto tiene un rol importante en la respuesta a esta problemática. Es fundamental que los padres, docentes y demás adultos responsables se informen sobre este tema y actúen con sensibilidad, brindando a los adolescentes el apoyo emocional necesario y fomentando en ellos el desarrollo de habilidades de afrontamiento saludables, especialmente trabajando como parte de la currícula escolar, las habilidades sociales.

Así, podríamos dar una respuesta efectiva al grito silencioso de esta generación, recordándoles que su dolor es legítimo, que la ayuda está disponible y que no tienen que enfrentarlo solos.

www.fundacionpadres.org
@adriandallastaok

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