Por el Lic. Adrián Dall’Asta
En la vertiginosa realidad en la que vivimos, cada vez se hace más difícil encontrar momentos de pausa, de conexión genuina y de diálogo profundo entre los miembros de la familia.
Uno de los espacios que ha sido históricamente fundamental en la construcción de vínculos y recuerdos saludables es la mesa familiar, especialmente los domingos. Esa comida compartida, muchas veces tomada por garantizada, puede ser clave en el desarrollo emocional de niños y adolescentes, y en la prevención de conductas de riesgo en el futuro.
El escritor ruso Fiódor Dostoievski decía que, cuando vivimos momentos plenos en familia, “el hombre se salva para siempre”. Esta frase cobra un sentido particular si analizamos la importancia de los momentos compartidos alrededor de la mesa, ya que estos no solo forman parte de nuestra cotidianeidad, sino que quedan grabados en nuestra memoria y construyen nuestra identidad emocional.
Desde la psicología de los vínculos familiares, se entiende que el acto de compartir una comida no es meramente una cuestión de alimentación física, sino de nutrición emocional. Los domingos, en especial, han sido tradicionalmente un día de reunión familiar, donde se da la oportunidad de fortalecer la comunicación, de observar y escuchar a los demás, de crear un espacio de pertenencia y de contención.
Este acto, tan sencillo en apariencia, puede funcionar como un ancla para el equilibrio emocional de todos los miembros de la familia, especialmente en niños y adolescentes.
Los recuerdos positivos construidos alrededor de la mesa familiar actúan como un refugio emocional en momentos difíciles. Los niños y adolescentes que han experimentado la calidez y seguridad que brinda este espacio tienden a desarrollar una mayor resiliencia, lo que puede ser un factor clave para prevenir conductas de riesgo, como el consumo de sustancias, la evasión académica o los problemas de comportamiento.
Es en la mesa familiar donde se generan diálogos que permiten que los hijos expresen sus inquietudes, temores o dudas, y donde los padres pueden transmitir valores, ofrecer apoyo y guiar el comportamiento de sus hijos.
Lamentablemente, en muchos hogares contemporáneos, la mesa familiar ha perdido su protagonismo. La inmediatez de la vida diaria, el trabajo constante, el bombardeo tecnológico y el uso excesivo de dispositivos móviles han sustituido en muchos casos el diálogo cara a cara.
Sin embargo, los estudios nos dicen que las familias que mantienen la tradición de compartir al menos una comida semanal en un ambiente de comunicación activa tienen menos probabilidades de que sus hijos desarrollen problemas emocionales o de conducta. Estos momentos de conexión real contribuyen a una sensación de seguridad emocional que es fundamental para un desarrollo saludable.
Además, la mesa familiar tiene un valor simbólico profundo: es un espacio de igualdad, donde todos, sin importar edad o rol dentro de la familia, tienen voz. Este sentido de pertenencia y de comunidad es crucial para que los niños y adolescentes sientan que son parte de algo más grande que ellos mismos, lo que fortalece su identidad y reduce su vulnerabilidad a las influencias externas que puedan ser negativas.
La prevención de conductas de riesgo no depende solo de controles externos, normas o castigos. Se trata de construir en los hijos una base emocional sólida que les permita enfrentar los desafíos de la vida con fortaleza y sabiduría. Y esta base se empieza a cimentar en los momentos de intimidad y diálogo que se dan en la mesa familiar.
Los recuerdos positivos que se forman en este espacio son los que, como bien expresaba Dostoievski, pueden salvarnos para siempre, dándonos la certeza de que, a pesar de las adversidades, siempre habrá un lugar donde somos amados y aceptados.
El valor del domingo y la mesa familiar va mucho más allá de la comida compartida. Es un espacio sagrado donde se construyen los cimientos emocionales que acompañarán a cada miembro de la familia a lo largo de su vida.
En un mundo que nos empuja constantemente a la desconexión y al aislamiento, es más importante que nunca preservar y revalorizar estos momentos de encuentro, porque en ellos no solo se forjan recuerdos, sino que también se previenen problemas futuros.
La mesa familiar, en definitiva, puede ser el antídoto más efectivo contra las conductas de riesgo y el refugio donde nos “salvamos para siempre”.
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